La Congregación tiene el deber de formar sólidamente a quienes se sienten llamadas por Dios a compartir la misma vocación en nuestra familia religiosa (CIC. 670). La formación inicial  comienza con el aspirantado y concluye con la profesión perpetua, tiene como fin conducir a las hermanas a una madurez humana y espiritual, que les permita asumir, consciente y responsablemente, su consagración a Dios (VC 71; PC. 18; ES. II, 34; OT. 8-11. CC. No. 18) (C 92).