El Icono del Perpetuo Socorro

Este querido icono puede parecer extraño a nuestros ojos occidentales. No presenta a María como una joven delicada de ojos sumisos. Su mirada directa y sus rasgos firmes llaman nuestra atención. Quedamos impresionados por la apariencia poco realista de las figuras. Jesús tiene las dimensiones de un niño pequeño pero sus rasgos son de otro mayor. María y Jesús no forman parte de una escena, sino que están colocados sobre fondo dorado.

Esta imagen fue pintada en el estilo bizantino de la Iglesia Oriental. El objetivo de este estilo no es el de presentar una bella escena o un personaje, sino el de transmitir un rico mensaje espiritual. Puesto que el artista trata de comunicar algo de orden celestial más que una realidad de este mundo, la imagen no es una pintura realista. La pintura bizantina es como una puerta. Ver una bella puerta es agradable pero ¿quién querría quedarse allí durante tiempo sin ver a dónde lleva? Queremos abrirla e ir más allá. Esta puerta puede ser bonita o no, pero solo es una realidad que tiene como objetivo el que se penetre por ella en un mundo nuevo.

Es así como debemos acercarnos a esta pintura. El artista, consciente de que nadie en el mundo podría saber nunca qué aspecto tuvieron realmente María o Jesús y de que tampoco su santidad podría nunca ser pintada en términos puramente humanos, ha reflejado su belleza y su mensaje a través de símbolos.

¿Qué ves cuándo miras la imagen?

Ante todo ves a María porque domina la pintura y porque te mira directamente a los ojos - no mira a Jesús, no tiene la mirada fija en el cielo, tampoco mira a los ángeles que aletean sobre su cabeza. Te mira como para decirte algo muy importante. Sus ojos se muestran serios, incluso tristes, pero roban la atención.

Es una mujer importante, una mujer de autoridad, de cierto nivel. Está colocada sobre un fondo dorado, símbolo del cielo durante la Edad Media. Y va vestida de azul oscuro con franjas verdes y túnica roja. Azul, verde y rojo fueron los colores de la majestad. Solamente a la emperatriz se le concedía vestir con estos colores.

La estrella de ocho puntas sobre su frente probablemente fue añadida por un artista posterior para representar la idea oriental de que María es la estrella que nos conduce a Jesús. Para reforzar el simbolismo, se encuentra en el lado izquierdo, y sobre su tocado, una cruz ornamental de cuatro puntas en forma de estrella.

Las letras sobre su cabeza la proclaman Madre de Dios (en griego).

Mirando la pintura entendemos que tiene el poder de interceder por nosotros en el cielo.

La mirada de María se fija en ti, pero tiene en brazos a Jesús. En los iconos bizantinos, María no es representada nunca sin Jesús porque Jesús ocupa el centro de la fe. También Jesús va vestido con colores reales. Solo el emperador podía vestir túnica verde, con una franja roja y con el brocato dorado que aparece en la pintura. Las iniciales griegas decoradas con una cruz, a la derecha del niño y de su aureola, proclaman que él es "Jesús, el Cristo".

Jesús no nos mira, tampoco mira a María ni a los ángeles. Aunque se aferra a su madre, mira a lo lejos, a algo que no podemos ver - algo que le ha hecho acudir tan de prisa a su madre que una de sus sandalias casi se le ha desprendido, debe tratarse de algo que lo impulsa a apretarse junto a la madre para encontrar allí protección y amor.

¿Qué puede ocasionarle tanto miedo a un niño que, por añadidura, es Hijo de Dios?

Las figuras que aletean a ambos los lados de Jesús y de María - las letras griegas los identifican con los arcángeles Gabriel y Miguel - nos dan la respuesta. En lugar de arpas y trompetas de alabanza, dichos arcángeles van cargados con los instrumentos de la Pasión de Cristo.

A la izquierda, Miguel sujeta un asta con la esponja empapada en hiel, la que los soldados ofrecieron a Jesús sobre la cruz, y lleva también la lanza que traspasó su costado.

A la derecha, Gabriel sujeta la cruz y cuatro clavos.

Jesús ha entrevisto su suerte - el sufrimiento y la muerte que le aguardan. Aunque es Dios, también es humano y, como tal, tiene miedo ante su futuro terrorífico. Y acude a la madre que lo aprieta junto a sí en este momento de pánico, tal como estará cerca de él durante toda su vida y en la hora de su muerte. No puede ahorrarle el sufrimiento, pero puede expresarle su amor y confortarlo.

Pero entonces, ¿por qué nos mira María tan intensamente en lugar de hacerlo con el hijo que la necesita? Su mirada nos hace penetrar en la historia, nos hace protagonistas de la pintura y del dolor. Su mirada nos dice que así como Jesús ha corrido hacia su madre para encontrar en ella amparo, también nosotros podemos acudir a María.

Su mano no rodea, en protector apretón, las manitas de su hijito asustado, sino que permanece abierta, invitándonos a poner también nuestras manos en la suya y a unirnos a Jesús.

María sabe que en la vida hay muchas cosas peligrosas y terroríficas, y que necesitamos a alguien a quien acudir durante el tiempo de sufrimiento y de angustia. Nos ofrece el mismo consuelo y el mismo amor que dio a Jesús. Nos dice que acudamos a ella, rápidamente como lo hizo Jesús, tan veloces que no demos importancia alguna a cómo nos encontramos o a cómo vamos vestidos con tal de que lleguemos.

Y tú, ¿a qué esperas?

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